De no ser


Todo sería perfecto de no ser por el imbecil de su "novio". Lo había visto antes, pero no sabía qué era de ella; pensaba que era su hermano o su primo por las narices parecidas. La verdad es que nunca había importado. Es quizá la primera vez que diga esto en mi vida, pero culpo a la televisión por todo esto.

Hasta anoche yo pensaba que teníamos algo... No sé, algo más concreto. Llegué a casa con un cansancio terrible, y como a esa hora no estaba Rocío, me duché y encendí la tele que tenemos en el otro cuarto, la pequeñita que no sabemos cómo logra robar el cable de los vecinos. Me tumbé sobre la cama que solía usar antes de empezar a dormir en el king size con ella. Lo que nos gusta del cable en esa tele es que se trata de un sistema mejor, con mejores canales y más variedad de programación que el nuestro, pero el internet de esa compañía es una porquería. Quisiéramos tener esa tele en el cuarto de Rocío, pero cualquier intento de moverla hace perder la señal.

De veras es cruel darte cuenta de que te has equivocado cuando todo parece apuntar que te has sacado la lotería o que vas a recibir algo de la vida y luego sólo te toca conformarte con lo que hay, y que está de la chingada además. No es justo; ni tantito.

Me dormí frente a la tele, supongo. Rocío debe haber llegado y apagado todo. Seguramente no quiso despertarme y se fue al otro cuarto.

Recuerdo que fue la sed que me despertó. Crucé la sala y busqué en el refri la jarra de agua fría. Bebí. Al volverme vi la puerta del cuarto de Rocío entreabierta y con un marco de luz anaranjada; la lamparita del buró, pensé. Debía ser de madrugada, ¿acaso ella había olvidado también apagar la luz?

Abrí despacio la puerta por temor a despertarla. Ahí estaba ella, pero no dormía, y estaba también el pendejo barbudo que aparece en su póster, Beto. Estaban tan concentrados que no me vieron. En aquel momento todo resto de sueño desapareció de mí.

La incomodidad me llevó a sentarme en el piso, aunque quizá fue que se me doblaran las piernas más bien. No se me ocurría qué decir o hacer aparte de ofenderme y sentir la traición invadir mi garganta como un trago pésimo y espeso. Tuve náuseas y unas cabronas ganas de vomitar.

Ellos seguían sin verme y yo sin reaccionar debidamente. No sé si en el colmo de mi asco casi llegué a disfrutar del espectáculo de ver a mi novia coger con alguien más. Afortunadamente, por decirlo así, el tipo no aguantó mucho antes de acabar y se arrojó de lado junto a Rosy. Ella, adúltera flor perezosa, se movió lenta y jadeante. Se veía tan... No sé, tan hermosa tal vez, con las nalgas enrrojecidas y el cabello suelto sobre la espalda... Giraba lento en una especie de ballet de cama cuando me vio.

Hizo una especie de no con la cabeza y miró hacia él y luego hacia mí.

—Q-Qué diab...— Logré por fin articular.

—¡Ay, cabrón!— Gritó el pendejete.

—¿Sí te acuerdas que ahora tengo roomy, Beto?— Balbuceó Rosy — Ella... ella es Miranda.

—¡Pero qué coño hace aquí!— El tipo se cubría sus miserias como si sirviera de algo.

—Ella es eh... sonámbula. ¡Espérame tantito, ya vuelvo!

De un salto, Rocío me tomó del brazo y me arrastró hacia la sala. Me llevó al otro cuarto y lo primero que hizo fue tomar una sábana para cubrir, ¡ja! su desnudez. Todo esto sin mirarme a los ojos; yo, sin parpadear siquiera.

—Mira, él acaba de volver de Bolivia... La verdad es que nunca pudimos romper formalmente, ni pude decirle que yo... que nosotras... ¡Ay, carajo! Mira, yo... Por favor, Miranda, dame chance para explicarte, ¿sí?

La perspectiva de tomar mis cosas e irme en ese momento se cortaba por el hecho de que mis cosas estaban en el otro cuarto, con Beto, y ya eran testigos más silenciosos que yo de todo el desmadre amoroso de Rocío.

Ni dije sí ni dije no. La miré a los ojos hasta que se excusó con un ahoritavuelvo y me cerró el cuarto, yo ya no supe para qué.

Reconsiderando, es algo injusto o simplemente tonto decir "anoche"; han pasado apenas treinta minutos pese a que ya va aclarándose el cielo por el horizonte y estoy con Rocío en la lavandería de dos esquinas abajo de nuestro edificio. Es más bien absurdo.

—Lo que no entiendo es por qué te lo tenías que coger.

—Yo tampoco sé. En serio, no lo sé. Quizá es porque no lo quise recibir con malas noticias... O porque me tomó por sorpresa con su regreso, ¡yo qué sé!

Se culpa, se lamenta, se convence de que no sabe. Y sin embargo le está lavando la ropa a ese cabrón. Y la pendeja es una, que encima da dinero para pagar el lavado por haber olvidado la otra su cartera.

La creciente luz se cuela por las ventanas del local, y por un instante las máquinas, esas esculturas cromadas, se vuelven espejos de un naranja tenue que azota en evocaciones, recuerdos incómodos y dolorosos como zapatos ortopédicos. Pinche amanecer, pinche Rocío.

Me digo que si no hubiera ido a ver tele otro hubiera sido el cuento; si yo hubiera estado en la cama con Rosy el Beto habría captado que estamos juntas, o que si yo fuera ella no habría traicionado a mi novia... Pero nunca se sabe. Uno puede hablar y hablar y, con todo, hacer cosas muy pendejas.

Qué más queda que no decir nada del iPhone que Beto dejó en sus pantalones. No es lo mismo una traición que otra, no obstante. La luz, el día, el rocío me hacen pensar en alcantarillas y escupitajos, la soledad de la tristeza apesta a sudores ajenos y todo a excepción de ella me da ganas de llorar.

Me abraza. Me quiere. ¿De verdad me quiere? Quizás. Quizá pueda perdonarla. A Beto le espera ropa limpia y malas noticias... tal vez y hasta un lolamentotanto, por su teléfono, y espero que una larga larga explicación de lo de la "rumi". Todo depende. Por mi parte, ya no vuelvo a prender esa puta tele.

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