Sin sombra


Desde el puro verla nos dimos cuenta, quiero decir que notamos algo, no exactamente el qué. Fue bastante curioso permanecer ajenos, todos, a lo evidente de su condición, evidente tras notarlo, casi como todo. Casi.

Su nombre nos fue revelado en medio de un bostezo, que punto y aparte de cómo sonaba nos hizo el conciliador ruido del sueño nomás oírlo. Nombre de ensueño en un asueñado aliento. ¡Vaya con la simplicidad de las cosas simples!

Superamos la primera impresión solo ante el transcurrir de los meses, ella fue un enigma como el aroma de un café, que aunque predecible golpea de repente, noqueando las narices de quien. Más bien quiero decir que no la superamos, fue la fuerza imbatible del olvido del todo lo que nos permitió sumergirla en el drenaje sabihondo de la memoria. Ahora bien, si nos preguntaran cuál era, y me refiero al nombre, difícilmente podríamos mentir siquiera; nadie lo recuerda, salvo yo, últimamente. Nos queda la extrañeza de la sensación, onírica ante todo, pero nada más.

Siempre nos dijimos que alguien -seguramente-nos daría razón de su origen; lo cierto es que no tenemos la menor pista al respecto. No sé, también dudo si algún otro de nosotros se habría preguntado lo que Julio, al menos en voz audible "Si no tiene sombra, ¿será real?". De todos modos, pienso, poco hemos charlado entre nosotros, una nadería si gustas. Tal vez por ello su presencia se nos hiciera tan tremendamente necesaria... ¡Lo que daría por saber! Tal vez, y sólo tal vez, creo que le habríamos permitido vivir un poco más. Toda belleza, toda dulzura; ahí también se nos presagiaba su etérea naturaleza, su ideal corporeidad.

Recuerdo con vehemencia aquel episodio en el parque aquel, tan lleno de lagartijas que casi incitaba a arrojarse bajo el piélago de sol, fue cuando hallamos a unas jovencitas, tres, me parece, como entre conversando y peleando. Ella se preguntó si se trataría de hermanas. Supuse que sí. A mis ojos, las niñas lucían casi sacadas de alguna ficción con fuertes influjos yanquis, quizá padres histriónicos a ralentizada escala y estudios en la américa que solo es porción de. Guardamos silencio y nos mantuvimos atentos. Los ojos de ella eran como grandes gemas avizoras, guardianes en cierta medida, de las tres niñas que hablaban de un papel, un papel feo de colores que luego supe billete de a. Sin el atisbo de un chiste admisible por las escasas edades, no hubo más nada que ver. Una leve sonrisa me dijo que ella, al menos se había entretenido.

Le gustaba mirar las palomas del viejo patio donde el pozo y las raídas macetas de helechos; ignoro el porqué. Yo siempre fui poco entusiasta con esos bichos, especialmente desde aquella vez que los avechuchos me cagaran la camisa en medio de una cita. Mi cita tuvo que fingir, quizá por piedad, no haber visto nada e ignorar mis intentos desesperados por parecer sutiles, al tratar de erradicar la mancha delatora; todo inútil, claro. Siempre pensé que era culpa de esas voladoras pesadillas no haber concretado aquel romance, sin embargo, ahora divido la culpa entre ellas y la pena. No pude ver sino amenazas defecadoras y voladoras a partir de eso. Incluso ahora que ella no está, me siento a ratos en una vieja butaca, cubierta aparentemente por el pellejo de algún venado muerto, y aunque no hallo, ni hallaré, bonitas las palomas, me pregunto estas cosas y al menos me hablo, al menos la recuerdo, suelo pensar.

Los espacios durmientes fueron siempre pertenencia suya, como si invisible su nombre reclamara sitio en todos ellos. Como lo creo desde hace mucho, la amamos demasiado para osar escucharla alguna vez. Ni siquiera sé si pudimos elegirle una voz. En ciertos momentos me digo que ni el recuerdo nos pertenece, y somos algo como torpes usuarios de las escenas suyas que todavía no se nos olvidan.

El modo más apropiado para evitarla es permanecer insomne, creo, aunque no hay noche de luna que no traicione al dibujarla recostada sobre los tilos azules que amó, es decir, que amamos para ella. La paradoja de Octavia es que huirle es darle vida, y soñarla es lo más doloroso de mis madrugadas, incluso ante la perspectiva de compañía. Despierto se la ve en sitios inesperados como si tal cosa, dormido es deliciosa y fútil necedad, una necesidad explícita, en mí, al menos. El insomnio es pues la única vía que funciona para evitarla. Lo malo es que desde descubrir eso no he podido recuperar el insomnio. Y quizá, pienso, sea tiempo ya de ver a un doctor.

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