Siempre
Es casi como despertar. Estás ahí, sobre la motocicleta.
Percibes el casco que salva y guarda tu cabeza, los lentes sobre tu nariz, casi
todos brazos perdidos entre tu cabello. La boca seca y sin ánimo de palabras.
Una piedrecilla golpea de pronto tu pecho y la sensación de breve dolor se
impone en la zona pese a lo amezclillado de la chaqueta. Te surgen ganas de
frotarte ahí, pero tus manos no responden. El sol queda atrás, pero no
exactamente a tu espalda, más bien se entretiene en tu muslo izquierdo. Como no
lo calcina, piensas que debe ser o bien febrero o noviembre, algo así, casi cualquier
otro mes. Cualquiera salvo un mayo o abril. El viento silba la misma nota
fiuuuuuiuuuuu casi sin detenerse. Las manos no te responden, lo sabes. Ni el
brazo derecho puede mover tu muñeca. La maldita mano está fija. Las dos. Como
cosas muertas y fijas. Miras la velocidad y distingues que no es demasiada,
aunque es cosa buena que vayas en carretera y no en calles salpicadas de
semáforos y altos. ¿Cómo podrías detenerte? A lo lejos, delante de ti va un
camión de volteo. Una mole vieja con casi demasiadas manchas de grasa y
hojalateadas cicatrices. Va escupiendo un humo negro que cada vez parece
elevarse con mayor dificultad. Lo mismo puede decirse de tu moto a esta
velocidad tan constante. Notas el motor hacer un mayor esfuerzo al ir subiendo
la cuesta. Lo intentas pero no puedes acelerar más. Tus pies se mueven, lo
mismo tus brazos. Sabes que mueves los ojos, pero giras el cuello para
confirmar que sólo se trata de tus manos. No puedes librarlas de su agarre.
Puta madre, insultas. Desentonando con el eterno fiu notas también viva tu voz,
lo que significa tu boca y tus labios y hasta tú un poco. De pronto vuelves a
centrar tu atención en el vejestorio, descubres con horror el tamaño de esa
estela de oscuridad que taladra el casi molesto azul del cielo. La negrura se
dispersa mientras asciende, pero es casi brea al abandonar el esfínter metálico
de la bestia de seis ruedas. No puedes o quieres apartar la vista. Temes
ahogarte en subproductos de diesel al irte aproximando. Te cambias al carril
para rebasar. No aceleras realmente. Rebasar al camión ha sido tan absurdo como
lo suponías, al menos no toses sin remedio ni te has estrellado. El humo tan
alto descompone su ilusión óptica: lo que percibiste como emanado del camión
era su propia exhalación sobrepuesta visualmente con las sirenas, como las llamas a veces, las tras chimeneas industriales
que alegremente vomitan negra muerte sobre la bahía. ¿Cómo pudiste haberlas
olvidado? Probablemente reirías si de pronto no te encontraras de bajada por
ese tramo que casi desciende hasta la playa. Maldita sea, tienes que frenar,
piensas, o al menos dejar de acelerar. Se te ocurre apenas que puede haber sido
el frío lo que te ha engarrotado las manos en torno al manubrio. Si tan sólo
tuviese un pedal de freno, piensas, pero no. Los dos frenos reposan a unos
centímetros de tus manos, como burlándose. Sabes que faltan menos de dos
kilómetros para la glorieta de la playa. Quizá sudas, o lo harías sin aquel
viento fresco tan constantemente surtido por la carrera. Olvidas por un segundo
el peligro para recordar otra cosa hace una eternidad olvidada. Aquí debía
doblar, susurras, mirando el camino que cruza por debajo del puente, hacia
Cinthia y hacia tu izquierda. Menos de un kilómetro. Cinthia te espera. Bueno,
te esperaba. ¿Qué esperas tú para caerte? Dedos muévanse, no chinguen. Pruebas
deslizar las manos hacia fuera del manubrio, pero la diestra se aferra
demasiado. Quizás intentar con la izquierda… Ya casi. Casi. Listo: inmóvil pero
libre. Piensas de inmediato en girar tu muñeca hacia arriba, algo que no pudo
hacer tu brazo derecho. Reducir la velocidad resolverá todo. Ya. Carajo,
debiste hacerlo antes. Debiste… ¿Se puede nadar con las manos embrutecidas? ¿Y volar? Vuelo y golpe de agua, y que este mar te sabe más frío que salado. Pataleas. Le apuestas a un
enero, día dieciséis. Ayer cobraste, ¿verdad? Jueves, además. Seguro debe ser
enero, pero bajo el agua el sol luce sospechosamente decembrino. La caída no
supera los tres metros, pero vaya que sesenta… probablemente cincuenta kilómetros por hora (recuerda que ya habías reducido la velocidad) lo
hacen parecer gran cosa. Fue cierto, la velocidad disminuyó y todo ha quedado de poca. Literal. La moto se ha ahogado antes que tú. Pobre. Probablemente salgas en el
noticiario de las 8. Cinthia te espera aún. Siempre quisiste salir en la tele.
Llegará tarde al dentista; tenía cita hoy, ¿recuerdas eso también? Desde niño
lo quisiste muchas veces. Probablemente te esté maldiciendo mientras te espera. Muchas. La moto no
tendrá aparición estelar. Puede que
Cinthia llegue muy tarde para ver tu aparición en la tele. Siempre tarde esa
Cinthia. Siempre, qué molesta puede ser. Y una verdadera lástima, mira que en horario estelar…
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